Se me acercó el escorpión,
puso cara de caracol
y confié en su color tenaz.
Me enseñó de la tierra y el
mar,
llenó de espuma mis
sonrisas
y de sal los momentos
insípidos.
El caracol es tosco
se cobija con cada luna
llena.
Es lento, me lleva
kilómetros de distancia.
Se aferró a mi espalda
nunca me vio la cara.
Esa tarde lloré tanto
que hasta los peces se
ahogaron.
El mar había crecido
y el caracol ya no era el
mismo.
Su ironía me llevó a convertirme
en espía,
de esos que fuman tabaco
y descifran el mundo en
cada inhalación.
Busqué su punto débil, su
talón de Aquiles,
aquel que guardaba tan bien
en su caparazón.
Dudo que lo tuviera.
Tanto daño solo puede salir
de un escorpión.
Dirá que lo cambié al azar,
hoy exhibe su identidad
original.
Confié en un caparazón
que cambia con la salida
del sol.
Llenó de veneno cada huella
que dejé en la arena.
Y succionó de a poco mis
adentros.
Hoy el escorpión dialoga
con su propia sombra
no tiene otro confidente.
Hoy la suma de los versos
es nula
porque te hiciste
insignificante, caracol.
El mar ahora te respeta.
La chica de mañana aún no
sabe la verdad.
No quisiera ver a otra
ahogarse
en humos de falsedad.
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